El sábado, los dos mayores polemistas de la política argentina decidieron cruzarse fuerte en público por primera vez. Cristina Kirchner y Javier Milei blandieron sus espadas vía X. Y la primera sangre fue causada por la expresidenta.
La pelea, probablemente, haya sido mal elegida por el libertario: no había una gran defensa posible en la controversia por el aumento del 48% que se otorgó el Ejecutivo luego de denostar el 30% que se había dado el Legislativo.
Milei -quien dio comienzo al combate al responsabilizar a Cristina del decreto por el cual se había aumentado el salario- quedó expuesto fácilmente a las hirientes chicanas que le dedicó la exvice, persona más que versada en la materia.
En una, CFK hasta se dio el lujo de un 2×1: “Mejor ni le digo a quién me hace acordar con esto de echarle la culpa a una mujer”, posteó, en obvia alusión a su otrora mascarón de proa Alberto Fernández.
Los cruces fueron varios. La primera respuesta del Presidente, en un tono educado, remarcó la responsabilidad de Cristina en el espantoso gobierno que lo precedió. En la réplica, ella apuntó directo al corazón. “Admita que firmó, cobró y lo pescaron”, empezó. “Quiero pensar que usted lee lo que firma, no?”, terminó.
Finalmente logró su cometido: Milei perdió la paciencia y le respondió en la medianoche del sábado con un tuit que reveló un costado absolutista.
“Ya que la vi tan preocupada por las jubilaciones ¿qué le parece si le anulo los $ 14.000.000 que cobra usted de jubilación de privilegio y le asigno una jubilación mínima?”, bramó el Presidente.
Pareció ignorar que las dos millonarias asignaciones que cobra Cristina -cuyo pago reclamó sin ruborizarse- pueden resultar entre insultantes y obscenas pero, aunque irrite, son legales. Y que no está dentro de sus atribuciones asignarle “una jubilación mínima”.
Al menos mientras no se le delegue la suma del poder público.
Milei intentó poner fin al episodio este lunes, cuando echó por televisión al secretario de Trabajo, Omar Yasin, aunque no quedó claro cuál era la responsabilidad del ahora exfuncionario en el decreto del aumento, que firmaron el propio Presidente, la ministra Sandra Pettovello y el jefe de Gabinete, Nicolas Posse.
Lo que hicieron Cristina y Milei, en verdad, fue jueguito para la tribuna. Alimentaron cada uno a sus respectivos seguidores con frases pomposas para que los propios quedaran contentos y los ajenos, indignados. Una guerra de ficción, a costo cero.
Y mientras ellos cruzaban sus balas de fogueo, la realidad mostró sin anestesia lo que provocan las balas de verdad. Lo que deja una guerra en la vida real.
Ese mismo sábado a la noche, un sicario asesinó de tres tiros, y porque sí, a Bruno Bussanich, un playero de 25 años, padre de un hijo. Bussanich murió por la única razón de ir a trabajar esa noche a una estación de servicio de Rosario. La nota que dejó el atacante lo dice taxativamente: “Vamos a matar más inocentes”.
El video que registró el crimen, el cuarto al azar en una semana, aparentemente todos en represalia por el endurecimiento de las medidas de seguridad en los penales donde están presos varios jefes narco, muestra en tres segundos la violencia como pocas veces se había visto. Es tan cruel que parece una escena de ficción.
Se ve a Bussanich acomodando unos papeles en su oficinita cuando entra el sicario, le dispara y se va. Nada más. Nada menos.
Sin embargo, de esa atroz ejecución podría salir una oportunidad: que la dirigencia nacional trabaje en conjunto contra un enemigo en común. Más allá de las iniciativas del Gobierno, como mandar fuerzas federales, podría ser un punto de partida para que la política halle un objetivo compartido. ¿Quién puede oponerse a terminar con los narcos?
En medio de tanta grieta, no estaría mal establecer al menos en un tema una política de Estado.
Por Pablo Vaca-Clarín