El oficialismo se mueve en sucesivas oleadas para instalar un cambio cultural más confrontativo. Detecta y explota a su favor polémicas bien gancheras y dispara contra ellas en forma de cruzadas virtuales, viralizadas por las poderosas redes sociales del Presidente y de sus más fieles seguidores, en consonancia con los canales de TV amigos.
Dos ejemplos de la semana que pasamos: una sobreactuación desaconsejable ante la nueva crisis en Medio Oriente, teniendo en cuenta que la Argentina ya fue víctima de dos tremendos atentados terroristas en la década del 90, y el intempestivo aumento de las dietas de los senadores, a los que una vez más caracterizó como ratas, apelando a replicar el dibujo de un tercero.
Si la semana pasada chocó de frente con Jorge Fontevecchia, en la que se acaba de ir hizo blanco en Jorge Lanata. Ambos judicializaron la pelea. Y una vez más, Milei atacó a María Laura Santillán. Siente que agredir a la prensa le rinde. En esto resultó un buen discípulo de Cristina Kirchner.
Por lo demás, el mandatario machaca sobre “la casta”, que en su acepción más amplia integran todo aquellos que se le oponen en la Argentina y en el resto del universo.
El modus operandi es siempre el mismo: se expone un tema obsesivamente hasta que llega otra ola con una nueva víctima propiciatoria a quien pegarle, a veces con muy buenas razones y otras, no tanto.
Las propias contradicciones (como liberar primero sin techo los precios de la medicina privada y obligarlos ahora a retrotraerlos a diciembre aplicándoles aumentos solo por la inflación del Indec) se minimizan y la culpa siempre pasa a ser del otro. Ídem con los vuelos presidenciales. No hay autocrítica.
Javier Milei aprovecha el extraordinario blindaje que todavía le brindan sus altos índices de aceptación en la sociedad a pesar del fuerte ajuste que lleva adelante y arremete a fondo. Es el eficiente bastonero mediático que indica cuál es el enemigo de turno y allí van todos detrás como voluntaria caja de resonancia que le arma un formidable eco. Una claque incondicional.
No es un fenómeno nuevo. Es una característica muy argenta: enamorarse apasionadamente de eslóganes que con el tiempo la frustración y la fatiga terminan volviendo obsoletos (“Los argentinos somos derechos y humanos”, “Estamos ganando”, “Con la democracia se come, se cura y se educa”, “Argentina, país del primer mundo”, “La década ganada” y ahora “No hay plata”).
En paralelo, funcionan otros distractivos más pasatistas: así como en otra época el progresivo recorte de las patillas de Carlos Menem entretenía a la opinión pública, hoy hay un espacio recurrente para un capítulo solo en apariencia menor: “Milei y sus perros”. No es mera frivolidad anecdótica: se escarba en ese asunto para ver si de allí se desprende alguna luz (u oscuridad) que nos esclarezca sobre los intrincados mecanismos mentales de quien lleva las riendas del país.
Hay otro tema, de la agenda supuestamente blanda, que también interesa por sus variadas implicancias: el gélido y abrupto comunicado sobre el fin la relación que mantenía con Fátima Florez.
¿Qué invisible imán une a estrellas y estrellitas con hombres encumbrados de la política en distintas épocas? Cholulismo, belleza y poder hacen buena yunta, aunque a veces producen cortocircuitos. Podría dar cátedra sobre el tema Donald Trump que en estos días afronta un resonante juicio por el presunto pago a una actriz porno para que no revelara que habían mantenido relaciones sexuales, porque podía obstaculizar su llegada a la Casa Blanca.
Por sus ámbitos de interés y sociales tan distantes, era bien difícil que los caminos de Javier Milei y Fátima Florez se cruzaran, pero sucedió. Fue extraño como se sustanció el breve noviazgo, si es que así se lo puede llamar, con más distancias que cercanías, tan es así que nadie se atrevió a investir a la actriz como primera dama. De hecho, en la tradicional marcha triunfal de cada presidente del Congreso a la Casa Rosada el día de la jura, quien acompañó a Milei en el auto descapotable fue su hermana.
La gran imitadora, en varias ocasiones, fue relegada a posiciones secundarias en apariciones conjuntas con el Presidente para que prevaleciera de manera más destacada “el jefe” (tal como llama Milei a Karina). Aunque Florez tuvo sus acotados momentos estelares en el balcón de la Rosada junto a su destacado amigovio, cuando fueron juntos al teatro y él asistió a dos funciones de su espectáculo en el verano marplatense. Cotillón para la prensa.
Nunca fluyó esa relación públicamente más allá de esas y otras postales sueltas. Por eso muchos no se la creyeron y hasta imaginaron un acuerdo secreto.
El fin de la relación fue comunicada unilateralmente por el Presidente. Alegó que se separaban dado “el arrollador éxito profesional” de ella, y la “compleja tarea” que él enfrenta, lo que “imposibilita” la relación que pretendían tener. Florez tardó varios días en plegarse a ese frágil argumento. Milei no tiene ninguna obligación de hablar de su vida privada, pero ya que decide hacerlo, lo ideal sería que lo haga con la verdad.
El primer mandatario retorna al celibato y su presidencia se vuelve más “siamesa” que nunca, al subir varios peldaños en el poder real Karina Milei, secretaria general de la Presidencia y tutora emocional del principal habitante de la Casa Rosada.